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viernes, 29 de abril de 2022, Caracas, Venezuela
Recorrido nocturno [La Candelaria después del atardecer], experiencia de ciudad diseñada por #CCSen365 con la colaboración de Casino CCS Hashtag oficial: #CCSen365LaCandelaria
Bajo el semblante de un Rafael Urdaneta figurado por Narváez, envueltos por la típica banda sonora de una arteria vial y el corazón de una parroquia populosa: Tráfico, vendedores ambulantes, niños que juegan con un balón que se cuela entre nuestros pies y las sempiternas conversaciones en las bancas de la plaza. Precisamente, la plaza La Candelaria era el escenario donde nos agrupábamos con cámaras y celulares en mano, a la espera de conquistar el atardecer.
Este recorrido al atardecer diseñado por [CCSen365] no era casualidad. La Candelaria guarda, entre sus esquinas y vecinos, una historia casi tan antigua como la de la cuadrícula fundacional que busca ser recontada. A través de la experiencia virtual “Caminatas Sonoras”, vía Telegram App, caraqueños desde distintas partes del mundo, también buscaron reencontrarse con una parroquia desde sus hogares, dentro y fuera de Venezuela.
Atravesamos la plaza entre las sombras de samanes y jabillos, con dirección al templo que le da su nombre a la parroquia, la iglesia (ahora santuario) de Nuestra Señora de La Candelaria. A sus alrededores los transeúntes y vecinos de la plaza nos veían con curiosidad, hasta que nos encontramos con la fachada de la iglesia, y al sur de esta, una estatua de cuerpo completo dedicada al Dr. José Gregorio Hernández. La historia de la plaza, la iglesia y el beato se encuentran entrelazadas (de cierta forma) por un mismo origen: Las Islas Canarias.
Voces desde el interior de la iglesia, invitaban a ingresar a la misa de las cinco de la tarde que estaba pronto a dar inicio. Mientras tanto, la historia de inmigrantes canarios recorriendo el atlántico en barco hasta costas venezolanas inundaba la imaginación, pues fue durante el siglo XVIII cuando comenzaron a llegar y a asentarse hacia el Este de lo que aquel entonces eran las 25 manzanas que constituían el damero fundacional de Caracas. Naturalmente, un pequeño templo fue erigido a la patrona de los canarios en 1708. Tiempo después el solar que se ubicaba frente a la iglesia fue convertido en plaza con la instalación de una pequeña fuente de agua, pasando a llamarse igual que el templo.
Pero nadie se imaginaria, que un andino con ascendencia canaria marcaría de tal forma a esta parroquia, junto a la medicina y la fe venezolana. Muchas décadas después de su deceso, José Gregorio Hernández sería nombrado venerable y luego beato, mientras sus restos mortales reposaban en el mismísimo templo de La Candelaria, luego de haber sido exhumados del Cementerio General del Sur.
Un último llamado para asistir a la misa, hizo continuar nuestro recorrido hacia la capilla de la nave lateral sur. Las voces del párroco dando la bienvenida resonaban a lo largo de las naves, un fuerte olor a sahumerio impregnaba a los feligreses congregados y así silenciosamente llegamos hasta el nuevo altar del beato, una obra contemporánea cargada de simbolismo y sobriedad. Su retablo se compone, principalmente, de una estructura clásica en pan de oro; a lo más alto, la Virgen del Carmen; un poco más abajo una figura pedestre de JGH y a sus pies, levitando con sobriedad en aires modernos, un trapecio de madera enmarcado de mármol.
Dentro del trapecio, los restos mortales del doctor de los pobres, con medidas que corresponden a momentos de su vida: 55 cm largo, la edad a la que murió; 23 cm de alto, la edad a la que se graduó de médico; 31 cm de profundidad, el mismo tiempo que ejerció la medicina; hacia la parte interna, 17 cm de alto, la edad en la cual se inició en la medicina; y finalmente, 23 cm de profundidad, el tiempo que ejerció la docencia.
Ya era la hora de continuar, la bendición del padre sonó claramente mientras salíamos del templo. Una vez afuera, notamos una gran palma detrás de la estatua exterior del beato, la palma también compartía origen con la parroquia, una palma Phoenix de Las Canarias. Avanzamos hacia el sur por el centro de la plaza y la vida urbana florecía: pelotas de ping pong brincando sobre las mesas, deportistas ejercitándose, abuelas que cuidan a sus nietos y viceversa. Al cruzar la calle, buscando la acera contraria, caminamos sobre los antiguos rieles del tranvía que conectaba La Candelaria con el centro.
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El cielo se comenzaba a nublar, para nuestra suerte la próxima estación estaba cerca. Nos escurrimos por la pequeña entrada de un estacionamiento, demasiada pequeña para ser un acceso vehicular. La luz se colaba desde afuera, iluminó el piso y develó figuras antropomórficas en colores brillantes; formas que se ocultan para la mayoría de los transeúntes, sin embargo ahí estaban y ¿a dónde nos llevan? El pasillo nos llevó a una antigua sala de cine, que curiosamente se llamaba Teatro Imperial. Con sus más de 15 mts de alto, obligaba a alzar la vista, con luz tenue, apenas la necesaria para diferenciar los puestos de estacionamiento. A sus laterales, altos relieves que recordaban al folclore venezolano.
Este cine que contaba con balcón y patio, procuró ser una sala de primer nivel, emparentándose así con el cine Broadway al Este de la ciudad. No obstante, corrió con la misma suerte de la mayoría de salas de cine y teatro de mediados del siglo XX, cerrando sus puertas y reformado para otro uso. Aun así ahí sigue, con sus altos relieves, su patio y sus figuras antropomórficas en granitado que invitan a salir y a entrar. De esa forma salimos, por el mismo lugar que entramos, de nuevo a la corriente urbana de la parroquia.
Moverse a través de las calles de La Candelaria, es también moverse entre la gastronomía mediterránea que dio corazón y forma a las tascas que hasta hoy sobreviven. Lo mismo para panaderías, tiendas de ropa y manicerías, entre otros. Llegamos a la esquina Alcabala, al sureste de la plaza, la capsula patrimonial en esta oportunidad revivió sus orígenes desde la época colonial. Debido a que La Candelaria era una de las fronteras del poblado de Caracas, alguien debía controlar el ingreso y la salida de los productos de los comerciantes, razón por la que el cabildo de ese entonces ordenó ubicar una alcabala en esta esquina.
Pequeñas gotas frías amenazaban, los vecinos y transeúntes apresuraban el paso, nuestra manada urbana, armada con paraguas y chaquetas continuó el recorrido. Caminamos hasta llegar a una bajada, desde donde se puede apreciar el boulevard Anauco y su histórico puente desde 1790. Anauco, una quebrada que baja desde el cerro El Ávila, representó la frontera natural del Este caraqueño durante la colonia. Gracias al ingeniero español Francisco Jacor se pudo construir un puente sobre el Anauco, facilitando las movilizaciones, el comercio y la expansión hacia el Camino del Este que conducía hasta Petare. Años después, el embaulamiento del río, dió paso al actual boulevard que hoy lleva su nombre.
Las pequeñas gotas se convirtieron en más grandes y corrimos a escampar en la siguiente estación: el Hotel Waldorf.
Plantado en la esquina de Puente Anauco desde 1944, el Waldorf formó parte de la política de expansión hacia el noreste del valle capitalino. Promovida por la industria petrolera, aparece una nueva urbanización, San Bernardino, que vino acompañada por el lujozo Hotel Ávila. El Waldorf, fue la respuesta de otras ofertas hoteleras aledañas, que en su momento estuvo rodeado por dos edificios residenciales, los cuales compartían la misma altura de fachada aproximada de tres pisos y que se mantuvo hasta su intervención en 2013.
Una vez que pasamos la marquesina, ingresamos a un luminoso lobby, decorado con una gran lámpara de cristales en espiral. El grupo se puso cómodo esperando finalizara la lluvia, momento idóneo para continuar conversando sobre las anécdotas vividas en los espacios de este hotel, especialmente una relacionada con Louis Armstrong en 1957. Años después el edificio quedó en abandono hasta el 2000, cuando una nueva administración proyectó su recuperación integral, la anexión de los dos edificios residenciales y finalmente, la construcción de una torre moderna que dialoga con el edificio original.
La lluvia había cedido un poco, lo suficiente como para llegar a la próxima estación. La calle tenía ese olor peculiar a tierra húmeda, recordando aquellos tiempos cuando la quebrada descendía a cielo abierto. Con paso apresurado llegamos hasta esa plaza abierta con pisos de mármol y nos resguardamos, ya no tan secos. Llegamos a Casa de Italia, la luz tenue de una lámpara alumbraba al guía invitado parado justo en las escaleras. Aún se escuchaba la lluvia cayendo sobre el mármol, el mismo que fue traído desde Italia, el mismo que las constructoras italianas en Venezuela usaron en muchas edificaciones en el país.
“Aún se escuchaba la lluvia cayendo sobre el mármol, el mismo que fue traído desde Italia…”
El guía invitado, Fernando De Stefano, perteneciente a la comunidad ítalo-venezolana, nos dio su testimonio de primera mano sobre la creación de esta edificación única en Caracas. Entre los participantes se podía escuchar las memorias anclada en ese lugar: el cumpleaños de un amigo en alguno de sus salones; los quince años, que muchas veces abarrotaban todoss sus espacios; fiestas corporativas o una tarde en el restaurante.
La estructura de dos cuerpos fue diseñada por Doménico Filippone, arquitecto italiano. Las circunstancias bajo la cual se concibe Casa de Italia, se encuentran enlazadas con la migración italiana durante y después de la Segunda Guerra Mundial. Una vez asentados en el país, gran parte de esta comunidad se desempeñó en el área de la construcción, que después del petróleo era el sector industrial más importante del país. Por lo tanto, una comunidad como esta, en crecimiento necesitaban un lugar donde congregarse y relacionarse con sus coterráneos. Así se realiza un concurso donde es elegido el arquitecto napolitano para diseñar esta sede en 1955.
Uno de los aspectos más resaltantes – nos indicaba el guía enfáticamente – es el uso de materiales y mobiliario provenientes desde Italia, como mármol, cristalería, muebles, lámparas, cortinas, entre otros; materiales que en su mayoría hasta el día de hoy se mantienen en excelente estado de conservación. Al tiempo que nos mostraba los pisos, acabados en las paredes, pasamanos, nos invitó a pasar al segundo piso del cuerpo social del edificio.
Ascensores con estilo moderno y un alto relieve del Libertador venezolano reciben a los visitantes. Por nuestro lado, subimos por las escaleras, hasta llegar a un hermoso salón con acabados en madera y mármol. La luz cálida arropaba toda la sala, casi como una manta, acariciaba los muebles de líneas simples, tonos ocres, verdes y vinotintos. Las escaleras del salón nos llevó a una pista de baile con un escenario desde donde continuamos escuchando las anécdotas de la comunidad italiana – y venezolana – que hizo su vida y sus memorias bajo este edificio.
Entre esas memorias que muchos comparten, esta ese restaurante italiano en el tercer piso. Los sabores, los mesoneros vestidos con el uniforme de gala de la aviación italiana, o el catálogo de cubiertos siempre presentes en la mesa. Entre esas y otras historias más, se nos hacía tarde para cazar al atardecer desde una ubicación especial que nos esperaba.
Salimos del edificio, sin embargo no habíamos visto un detalle importante por la premura del ingreso. Ahora sin lluvia, pudimos detallar los altos relieves en mármol italiano, representativos de la cultura italiana, tales como la figura de la loba Luperca amamantando a Rómulo y Remo, el poeta Dante Alighieri, los barcos en los que llegó Colón al Nuevo Mundo y la figura de Américo Vespucio, entre otras. Nos integramos a la avenida Urdaneta, justo a un lateral del elevado.
Nos detuvimos frente a un peculiar edificio negro, sólo pudimos leer “CASINO” en su fachada. Nos adentramos en su interior por el estacionamiento, llegando hasta un ascensor que recordó la época cuando estos tenían una sola puerta y eran abatibles. Entramos de cinco en cinco, subiendo hasta el séptimo piso. Casino Pavilion nos recibió con melodías turcas y un grupo de danza. Sorprendidos por aquel singular espacio: muebles de diseño propio, barras, tarima con graderías y un mirador flotante que sobresale del curtain-wall de la fachada hacia la avenida. Un ecosistema de economías culturales se develaba ante todos y aun así, nos faltaba ver más.
En nuestra travesía caraqueña, reconocimos sitios icónicos de La Candelaria, develamos memorias ocultas y muestras de fe, algunos crearon nuevas memorias urbanas y se reencontraron con su ciudad. No obstante, nos queda atrapar un atardecer. Subimos las escaleras, hacia la azotea de este extraño edificio que no se despojó de su pasado, sino que lo transformó en una oportunidad para reencontrarse con su parroquia. Luces y toda La Candelaria se abrió para nosotros. El arquitecto y creador de este espacio, Marcos Coronel, lo ha llamado Casino Pavilion, quien nos esperaba allí para contarnos sobre la metamorfosis de este peculiar lugar.
Esta edificación donde nos encontrábamos, antigua sede de PanAmerican Airlines, habia sido modificada hasta el punto de ser irreconocible con el fin de servir como casino y juegos de azar. Esta modificación fue tan profunda, que pocos vestigios del edificio original dejó. La mala fortuna llegó aquí luego de promulgarse la ley que prohibía los juegos de azar, obligando a dejar este espacio a su propia suerte. Nuevos grupos de voluntades rescataron sus pisos interiores para el desarrollo de economías culturales en la comunidad.
“Esta modificación fue tan profunda, que pocos vestigios del edificio original dejó».
Con este preámbulo, el atardecer comenzó así a ceder con sus tonos naranjas hacia el Oeste, despidiendo nuestra travesía en un nuevo espacio ciudadano para la memoria. Habíamos logrado el cometido, ahora quedaba abrir la noche con una charla y una cerveza fría bajo la noche caraqueña.
Esta crónica refleja la experiencia [La Candelaria después del atardecer], un recorrido nocturno diseñado por [CCSen365] con la colaboración de CASINO CCS.
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