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Lunes, 15 de Febrero 2021
“Cuenta, cuenta la leyenda, que antes todo era mejor”
“Vivir en Caracas” | Yordano Di Marzo
Recorrido Urbano [ De Catia rumbo a Petare ], experiencia de ciudad diseñada por #CCSen365 | Hashtag oficial: #CCSen365
Es una mañana fría en Lisboa. No ha parado de llover desde anoche. La última semana los días han sido grises y los que vendrán, al parecer, no serán diferentes.
Es lunes 15 de febrero. Lunes de Carnaval.
Y desde la ventana por donde veo pasar el invierno más frío de la ciudad en los últimos 20 años, sólo imagino el paisaje que me acompañará este día: un recorrido por Caracas, de oeste a este, con ese incansable caminante que es LuisRa Bergolla y sus cómplices de [CCSen365].
Un recorrido virtual de 21 kilómetros a través de la pantalla de mi celular en el que me reencontraré con la ciudad que dejé hace un año y a la que la pandemia no me ha dejado volver. Una ciudad, mi ciudad, en la que pienso todos los días y que extraño más de lo que alguna vez llegué a imaginar.
El domingo 14 de febrero comenzaron a llegar muchas notificaciones de WhatsApp a mi celular: eran los grupos creados para acompañar la actividad presencial y permitirnos el viaje a quienes estamos lejos, pero siempre cerca. Así fueron apareciendo, uno tras otro, los grupos Caminata Catia, 23 de Enero, El Silencio, Los Caobos, Sabana Grande, Campo Alegre, Altamira, Los Dos Caminos y Petare.
Nueve recorridos, caminatas de relevo [De Catia rumbo a Petare], como ha sido bautizada la actividad del día para celebrar los 5 años de [CCSen365] como programa social de Collectivox, la asociación civil que lo impulsa.
[CCSen365] me ha invitado en más de una ocasión a descubrir y redescubrir mi ciudad, a caminarla sin miedo, apreciarla, quererla. Aquí voy una vez más, el atractivo plan de siempre, pero tan distinto.
El primer mensaje es de LuisRa. Nos da la bienvenida y comenta que en 2016, cuando hicieron el primer recorrido, no pensaban completar más de 10 y ya suman 100. “Las ganas de seguir (re)interpretando la ciudad continúan como en ese primer recorrido”, leo.
Luego comenta sobre la logística: serán caminatas de 60 minutos cada una, así que le pide puntualidad a los participantes presenciales y paciencia a los virtuales en caso de demora. Comenta el código de vestimenta y hace énfasis en el uso OBLIGATORIO, en mayúsculas, del tapabocas. Estamos en tiempos de pandemia. Cada participante debe llevar su hidratación y gel antibacterial. No olvidar impermeables por si llueve.
Yo, casi al mediodía por estos lados del mundo, me preparo un café y, puntualmente, a las 7 de la mañana hora de Caracas, 11 am en Lisboa, abro la primera cápsula que llega a mi celular este lunes 15 de febrero. No llevo tapabocas.
Me imagino en la Plaza Sucre de Catia, el punto de partida de un largo día que terminará en el hermoso casco histórico de Petare. Y siento el sol del amanecer en el oeste caraqueño. La voz del arquitecto y escritor venezolano Federico Vegas habla de la importancia de recorrer una ciudad: sus calles, sus plazas, sus bulevares. Y lamenta cómo las ciudades están hechas a la medida de los carros, no de los caminantes. Triste, pero es así. Y defiende al caminante, no peatón, porque, dice, es una palabra muy fea.
Comienza entonces el recorrido, como también dice Vegas, con el sol en la espalda para que no nos encandile. Ese sol que no he visto en la última semana. “Es mucho mejor observar los pasos de nuestra sombra que encandilarnos con su ausencia”, dice el escritor, al que escucho desde el chat grupal de whatsapp, con mis audífonos, a todo volumen.
También hay música: la gente de El Marchante, iniciativa dedicada a la difusión, recopilación e investigación de la música latinoamericana, especialmente venezolana, se ha encargado de que cada caminata esté acompañada de una canción vinculada con el lugar por el que algunos se mueven y otros visitamos escuchando.
Estoy en Catia, como ya dije, en la Plaza Sucre. No recuerdo la última vez que estuve allí. Y del recorrido que me lleva por los Telares de Catia, que me muestra la colorida escultura Los Cerritos, realizada como parte de la conmemoración del cuatricentenario de Caracas (1967) por Alejandro Otero y Mercedes Pardo, escucho en una cápsula la voz del artista plástico Francisco Narváez hablando de la importancia que tiene para él la música en su obra. “Para mí todo el arte es musical (…) Mis bocetos me salen mejor cuando la música es hermosa”. Y confiesa que Chopin es su compositor favorito, pero no deja de mencionar a Tchaikovsky, Mozart y Beethoven. Fue en Catia donde el artista margariteño tuvo su primer taller. Y me detengo en el Museo Jacobo Borges, dedicado a otro habitante ilustre de Catia. Y escucho a su fundadora y directora, Adriana Meneses Ímber, comentar cómo logró crear un vínculo único entre el museo y la comunidad, consolidar una innovadora programación y trabajar durante año y medio con sus vecinos, los presos del Retén de Catia. Y recuerdo aquella soleada mañana de domingo del año 2000, no tengo muy fresco el mes, en la que el museo le dedicó una exposición al Miss Venezuela que tituló 90-60-90: allí estaban Osmel Sousa y sus misses, y toda la troupé que por años los acompañó. Y no se me olvida cómo los habitantes, niños, ancianos, hombres y mujeres, buscaban un retrato con aquellas reinas que miraban coronarse a través de la pantalla de Venevisión. Sus reinas.
Abro otro grupo de WhatsApp y estoy ahora en el 23 de enero: 8 de la mañana en Caracas. La cápsula sonora de Soundcloud me ubica en Cerro Piloto y recuerdo a mi abuela Mercedes contándome cómo el dictador Marcos Pérez Jiménez se proponía, a través de un concepto estético, dar la sensación de que en la Venezuela de la bonanza petrolera no había pobreza. Y me lo reconfirma el audio de Penélope Plaza, actual profesora en la Escuela de Arquitectura de la University of Reading de Londres, donde se dedicó a investigar la intersección entre arquitectura, futuro, poder y petróleo en la Venezuela contemporánea. Explica el afán del militar nacido en Táchira por reordenar a la población pobre de la capital en viviendas decentes para deshacerse de los ranchos. Y sí, tuvo éxito el dictador: acabó con los ranchos, pero no con la pobreza.
La siguiente estación y una de las que más he esperado: El Silencio. Una de las zonas más hermosas de aquella Caracas que se asomaba, como pocas de América Latina, a la modernidad en los años 50. Recorro, a través de varias voces, la Plaza San Pablo (hoy Teatro Municipal), la Plaza Guzmán Blanco y la Plaza Bolívar. Pero me detengo en dos audios y me ubico en esos lugares: el Hotel Majestic. Nunca lo conocí, pero recuerdo a mi abuela hablando del majestuoso edificio obra de Manuel Mujica Millán, donde se alojó Gardel en su visita al país y donde se reunía la élite latinoamericana aquellos años de 1930. Fue demolido en 1949, un suicidio caraqueño, como lo llamó José Ignacio Cabrujas en su crónica Ciudad escondida de 1988.
Y al escuchar el audio de la Plaza O’Leary mi mente vuela al año 1996, cuando comencé mis pasantías en el diario El Nacional, de Puente Nuevo a Puerto Escondido. Por muchos años, y en diversos momentos, crucé la plaza obra de Carlos Raúl Villanueva, bajando desde la estación del metro Capitolio sobre las 9:30 de la mañana. Por cierto, la construcción de la Línea 2, en 1987, dividió la plaza en 2. Y fue tal el malestar entre la comunidad que en 1990 recuperó su diseño original. Villanueva le pidió a Narváez una obra, las famosas “Toninas”, aquellas que rescatan a los náufragos manteniéndolos a salvo sobre sus lomos.
famosas “Toninas”, aquellas que rescatan a los náufragos manteniéndolos a salvo sobre sus lomos.
Seguimos. Estamos ya en la caminata 4 que nos llevará por Los Caobos. Hasta ahora, todo puntual. Estamos en una zona donde coinciden tres de mis lugares favoritos de la ciudad: la Plaza de los Museos, el Teatro Teresa Carreño y el Centro Nacional de Acción Social por la Música. Sobre el primero, esa hermosa planta circular en la que se miran el Museo de Bellas Artes y el Museo de Ciencias, nos cuenta Esmeralda Niño, investigadora especialista en arte venezolano. Recuerda varias transformaciones de la plaza: como estacionamiento, como espacio de importantes eventos culturales, como mercado persa los fines de semana, luego una fuente a ras de piso y, por último, cuando se quiso ubicar la estatua dedicada a María Lionza, obra de Alejandro Colina, en su centro, en 2006. No pasó.
Me conmueve y emociona escuchar la voz del artista plástico Harry Abend, recientemente fallecido, contar cómo se encargó del diseño del mural relieve del TTC, luego del éxito de las obras que realizó para el antiguo Hotel Caracas Hilton. Dos exigencias le hicieron al artista si aceptaba participar en el proyecto de las fachadas exteriores: trabajar en concreto armado y no sobrecargar de peso las fachadas. Y así fue. En esta oportunidad se desarrolló un diseño que proporciona liviandad al imponente edificio del que fue considerado uno de los teatros más importantes de América Latina.
Avanzamos unas cuantas cuadras virtuales y estamos en la sede del Sistema Nacional de Orquestas, en Quebrada Honda. Gabriel Cruz, nieto de Carlos Cruz-Diez, habla de la amistad de su abuelo con José Antonio Abreu, fundador de El Sistema, y cómo junto con Tomás Lugo, el arquitecto, definieron los espacios donde se insertaría el trabajo cinético de Cruz-Diez. Como una caja de colores definió el artista plástico la sala Simón Bolívar: las 859 butacas fueron intervenidas por 10 colores que se permutan y hacen que cada silla luzca diferente. La obra del maestro Cruz-Diez está presente también en la entrada principal, en las caminerías, en el telón; pero es en la sala principal donde música y color hacen que la experiencia sea única.
Mitad del recorrido. Llegamos a Sabana Grande. Comenzamos en la hermosa fuente de Plaza Venezuela. Y de inmediato pienso en los fines de semana en los que mis papás nos llevaban a mi hermana y a mí a jugar en sus alrededores. Seguimos a la Torre Polar, el primer rascacielos de Caracas, obra de dos arriesgados jóvenes de 23 y 24 años, José Miguel Galia y Martín Vegas Pacheco. Avanzamos a ese precioso bulevar que conocí de pequeña y caminé mucho de joven, pero que luego dejé de frecuentar después de una mala experiencia. El bulevar de Sabana Grande es de esos sitios para reconciliarse con la ciudad, para sentirse el dueño de la calle: allí pasaba horas entre cines, tiendas de libros, discotiendas. Una sensación de libertad absoluta cuando Caracas lo permitía.
Estamos ahora en la Plaza Brión, la más grande de Chacao, donde comienza el recorrido por Campo Alegre. Escucho la cápsula sonora de Casa número 27 y recuerdo la indignación que provocó cuando fue derribada. Milagros Ochea, encargada del proyecto de restauración y reconstrucción de la casa diseñada en 1932 por Manuel Mujica Millán, cuenta cómo la encontró hace 8 años cuando se encargó de la recuperación de esta vivienda declarada Bien de Interés Cultural. Consiguió escombros y algunos muros que no habían sido derribados. Ella y su equipo se dedicaron a recoger cada pieza que permitiera una mejor reconstrucción. Hoy es conocido como Premier 27. Ochea dice estar muy orgullosa del resultado.
Me detengo en la Iglesia Nuestra Señora del Carmen, un templo pequeño y acogedor, justo al lado del Colegio Santo Tomás de Aquino. La conocí por mi abuela, quien cuando le comentaba que la pasaba muy mal estudiando Química, Física, Matemática y luego Estadística en la universidad, me decía: “Vamos a pedirle a Santo Domingo de Guzmán que te ilumine”. Y allí, en el templo diseñado por Manuel Mujica Millán, está una imagen del santo al que tanto le pedí. Paso rápido por la Quinta Las Guaycas y escucho a Horacio Blanco en la siguiente cápsula: Estudio Mata de Coco, donde quedaba el cine convertido en estudio y luego en la famosa sala de conciertos por donde pasaban los más importantes nombres de la escena musical latinoamericana cuando comenzaban sus carrera. Se presentaron allí Mecano, Soda Stereo, y los grandes protagonistas de la escena local, entre ellos, Ilan, Yordano, Franco de Vita, Sentimiento Muerto y Desorden Público. Recuerdo, además, finales de los años 80 y principios de los 90, cuando se celebraban los intercolegiales de gaita en esa sala donde más de 1000 adolescentes apoyábamos a nuestros colegios. Vaya días.
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Próxima parada: Altamira. Allí estoy en la Plaza Francia. Me imagino ese azul caraqueño a la 1 de la tarde, hora en la que comenzamos a transitar por una de las urbanizaciones más importantes del este de la ciudad, concebida por Luis Roche en lo que fue la Hacienda Paraíso. Miro rápido al Edificio Univers y me veo en el kiosco de la esquina comprando periódicos un fin de semana o las veces en las que bajaba caminando de Sabas Nieves. Siempre lo he mirado desde afuera, pero gracias al audio de Blanca Rivero, arquitecto de la UCV con estudios en artes plásticas, entro al edificio atribuido al ingeniero Narciso Bárcenas, conocido como “El Especialista”. Un edificio, dice Rivero, para ser percibido desde adentro: habla de su fuente, del espacio central ventilado naturalmente, una construcción en forma de “L” que se descubre y aprecia sólo ingresando a su espacio interior. Una visita pendiente.
Luego avanzamos hacia la avenida Rómulo Gallegos, donde está el Edificio Las Américas, al que sí entré, y mucho, porque allí vivía uno de mis grandes amigos del colegio, Pablo Maes Galindo. Una joya de la arquitectura caraqueña cuyos apartamentos miran al Parque del Este por el sur y al norte a El Ávila. Sus apartamentos han pasado de generación en generación y la fachada se mantiene intacta, nos cuenta la guía Anna Mercedes Álvarez sobre esta edificación construida en 1960 por Cìpriano Domínguez. Orgullosa residente de Las Américas, dice que es el edificio más hermoso de Caracas. Creo que tiene razón.
Penúltimo recorrido. Estoy muy cerca de mi casa. Estamos en Los Dos Caminos. Y allí, escuchando la historia de la Plaza Miranda, oigo sobre El Trébol, nombre del centro comercial donde hoy se erige el Millennium Mall. La primera vez que fui al cine, fue en El Trébol: eran las salas del circuito Radonski. Me veo, siendo niña, corriendo por los pasillos del amplio y ventilado mall, recuerdo el supermercado, la farmacia, la heladería que daba a la Rómulo Gallegos. En estos 60 minutos dedicados a Los Dos Caminos y sus alrededores logro transitar por el bulevar La Carlota, esa rambla donde antes de la pandemia solían reunirse los viejitos a jugar dominó y ajedrez. Recorro el Colegio Francia acompañada por el embajador de Francia en Venezuela, Romain Nadal. Siento que regresé a mi infancia y recordé, feliz, la bonita ciudad en la que crecí.
Finalmente, estamos por llegar a Petare. Dicen por un chat que viene lluvia, que preparen sus paraguas. Me preparo la cena. Son las 8:00 pm por acá. Y sigue el día frío. Pero cruzo los dedos para que no llueva en aquella tarde caraqueña y los que esperan en la Plaza Andrés Eloy Blanco puedan completar, como se merecen, el recorrido que los llevará hasta la Plaza Sucre de Petare, frente a la casona de la Fundación Bigott, ese hermoso lugar desde donde se empeñan en rescatar y preservar las manifestaciones culturales de raíz tradicional; y el Museo Bárbaro Rivas, que durante 37 años ha contribuido con el conocimiento y la promoción del arte popular venezolano y de sus creadores.
Me tomará varios días procesar tanta información, pero sobre todo tantos recuerdos para sentarme a escribir este texto que están leyendo hoy. Reí, se me salieron unas cuantas lágrimas, viajé al pasado y quise pensar en el futuro. Pero no, la pandemia me ha enseñado, sí, sonará cliché, que lo más importante es vivir y disfrutar el ahora. Ya mañana será otro día. O “yo no sé mañana”, como canta Luis Enrique.
Escribo con música. El aleatorio de YouTube pasa de ”Amapola” de Juan Luis Guerra a “Fuga con pajarillo” de Aldemaro Romero, interpretada por la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar, dirigida por Gustavo Dudamel. Pero no dejo de pensar en aquella estrofa de Yordano que escuchamos en alguna de las caminatas aquel lunes de Carnaval: “Cuenta, cuenta la leyenda, que antes todo era mejor. Cuenta la leyenda que se podía caminar, y de vez en cuando, mirar al cielo y respirar”.
Los que se aventuraron a caminar aquel lunes miraron al cielo y respiraron. No tengo dudas. Yo lo hice también. Desde otra ciudad, con un mar inmenso de por medio, en otro huso horario, con mucha nostalgia, pero sabiéndome allí, de aquellas calles que me permitieron sentir el sol que por acá se negaba a aparecer, pero que finalmente salió.
Esta crónica refleja parte de la experiencia [De Catia rumbo a Petare], caminatas de relevo organizadas por @ccsen365
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