El pintor y escultor venezolano Francisco Narváez (1905 – 1982) participa en algunos de los proyectos arquitectónicos y urbanísticos desarrollados en Caracas por Carlos Raúl Villanueva (1900 – 1975), arquitecto egresado de la Escuela Nacional de Bellas Artes de París y autor de varios iconos de la arquitectura moderna en el país.
Esta unión del talento de Narváez a los proyectos de Villanueva queda manifiesta en el grupo escultórico de la fuente de Parque Carabobo, de 1934; luego, en los altorrelieves de La arquitectura, La ciencia y La ingeniería para la fachada del Colegio de Ingenieros de Venezuela, en 1936; después, en las alegorías de La pintura, La escultura y La arquitectura para la fachada del Museo de Bellas Artes, inaugurado en 1938; y en los altorrelieves, esculturas de bulto y bajorrelieves del Museo de Ciencias, abierto al público en 1940.
La ejecución de las sedes de los museos de Bellas Artes y de Ciencias le es encomendada a Villanueva durante la dictadura de Juan Vicente Gómez (1857 – 1935). Estas edificaciones se terminan e inauguran durante la presidencia de Eleazar López Contreras (1883 – 1973). El primer edificio se levanta en breve tiempo, de julio de 1935 a diciembre de 1936, y el segundo, entre enero de 1936 y diciembre de 1938. Estas construcciones, que en el marco del llamado Plan de Emergencia Nacional sirven para proporcionar trabajo a desempleados descontentos, son edificios del naciente tiempo democrático en el país con López Contreras.
Las esculturas de Francisco Narváez que ornamentan el Museo de Ciencias se distribuyen en los muros externos e internos, techos y jardines que lo circundan; estas se dividen por su técnica y temática en los siguientes grupos: Esculturas de bulto, bajorrelieves y altorrelieves, desde el punto de vista de su técnica y en antropomórficas, fitomórficas y zoomórficas por su temática. Alcanzando un total de 36 piezas, de las cuales se conservan 34 en la actualidad.
Sobre la técnica de ejecución, se trata de vaciados en mortero de cemento revestido con una fina mezcla de granito y polvo de mármol, que es el acabado que en general luce esta infraestructura. Las esculturas de bulto, también con este acabado, van apoyadas sobre pedestales de granito, y son vaciados ensamblados que están reforzados en su interior con un armazón de barras metálicas.
Estas obras surgen en el denominado período criollista del artista, desarrollado desde 1928 hasta la postrimería de la década de 1940. El criollismo se reconoce por abordar como temática la exaltación de la raza, del hombre criollo o mestizo, del negro y del indígena venezolano; en el caso de Narváez se descubre en una insistente representación del tipo negro, por los rasgos fisonómicos de las figuras.
Lo criollista en Narváez también se revela en la preeminente presencia de la flora neotropical. Esta puede aparecer en solitario como protagonista de la obra o como motivos autóctonos que acompañan a esas figuras del hombre mestizo. Estilísticamente esta producción escultórica temprana del artista está encauzada en la tradición figurativa del arte venezolano; tradición con la cual romperá por su original tratamiento de las figuras, distanciadas del canon realista y presentadas bajo un espíritu moderno que se caracteriza por la simplificación de las formas. En obras tardías de este período esta simplificación puede llegar a plantearse en soluciones muy esquematizadas. Sus obras en este momento destacan por la búsqueda del volumen en las proporciones de las formas, expresadas suaves, plenas y redondeadas, y de las figuras humanas, robustas y sensuales.
Narváez trabaja en las obras destinadas al Museo de Ciencias de 1936 a 1938 y, por la iconografía o el significado que entrañan, es evidente la intención del artista de proponer en esta narrativa escultórica una interpretación del Museo de Ciencias, por tanto desarrolla una serie de obras consustanciadas con la función o el sentido científico de la institución que las acoge.
El primer grupo escultórico es la tríada de relieves con figuras humanas, todos autografiados por el artista, donde se tributa al hombre negro, de labios carnosos, nariz prominente y cabelleras espesas y onduladas. Estos relieves están dispuestos en la parte superior de los accesos al museo, a saber, el pórtico de la entrada principal (fachada norte) y los pórticos de la Sala Digital Jacinto Convit y de Sala de Lectura del Centro de Documentación Walter Dupouy.
Narváez aborda aquí el tema de la alegoría a la ciencia en la portada principal del Museo. Son cuatro desnudos femeninos, sin jerarquización de tamaño, movidas entre olas de agua sin perder de vista un cuenco con lenguas flamígeras. El fuego en la antigüedad clásica simboliza la claridad del conocimiento en el corazón del ignorante; quizás una idea asociada a la frase en latín ASPICE ET DISCE (mira y aprende) hallada al pie de esta obra. El cuenco con fuego sería una invocación a la luz del saber y las figuras arrodilladas, partiendo de una interpretación del lenguaje corporal, aparecen en actitud humilde, complacidas de ser iluminadas por el conocimiento.
Siguiendo con la interpretación de este altorrelieve, cada figura parece una evocación de las cuatro ciencias: Mineralogía, Botánica, Zoología y Arqueología, mencionadas en el entablamento del edificio del Museo. Este recinto fue construido para albergar el primer museo fundado en el país, el Museo Nacional, creado en 1874; antecedente más remoto del Museo de Ciencias que atesoraba por tradición, como todo museo de historia natural, colecciones de esas cuatro disciplinas científicas.
Los otros altorrelieves son los desnudos que yacen sobre follajes, realizados en 1938 e identificados como El hombre y La mujer. Ahora bien, al reparar en la fruta que presenta la mujer, se constata que estos desnudos encarnan a Adán y Eva. Este tema tiene base escritural y ha sido representado con frecuencia en el arte. Adán y Eva suelen formar una unidad y aquí se muestran antes de su caída, que es el momento en que se les ve humillados y llorosos tras la expulsión del paraíso. Estos relieves representan la escena de La tentación, cuando Adán busca con la mirada y Eva hace el gesto de ofrecerle la manzana; acto interpretado como la ambición humana por descifrar el conocimiento a través del fruto del árbol de la ciencia.
En concordancia con lo anterior, un árbol parece ser el trazado de la planta del Museo de Ciencias, con su gran eje central y salas semicurvas que asemejan un tronco con cuatro ramas (Mineralogía, Botánica, Zoología y Arqueología); el árbol de la ciencia que Eva induce a descubrir.
Al presente hay treinta y cuatro obras entre bidimensionales y tridimensionales, si bien originalmente eran treinta seis. La revisión de pasadas fotografías confirma la ausencia de dos esculturas. A cada lado de la escalinata de la entrada sur, antiguo acceso al museo por el Parque Los Caobos, se hallaban dos esculturas tituladas Follaje de hojas superpuestas; estas desaparecieron cuando se construyeron las bóvedas para albergar el Diorama de fauna africana, abierto al público en 1951. Asimismo, a lo interno del museo, recorriendo el eje principal que lleva a un impluvium –convertido ahora en un jardín–, estuvo oculto por muchos años una Inflorescencia de heliconia; esta obra -hoy redescubierta – se encuentra en el centro de un espejo de agua o espacio rectangular que era usado para recoger el agua de lluvia.
Los grupos escultóricos creados por Narváez para el Museo de Ciencias expresan un reconocimiento a la ciencia, la naturaleza y el hombre venezolano, y otorgan identidad al más antiguo y único museo con este perfil en el país.
[Créditos] :
Investigación y textos: Evelyn Ramos Guerrero
Imágenes: Gregorio Carrillo @gcm_fotografia